La vida te la dan, pero no te la regalan

martes, 10 de mayo de 2011

QUE SUENE LA ORQUESTA



Hoy en día la música tiene fácil accesibilidad. Cualquier quinceañero porta en su aparato móvil cientos de canciones que consumen y escuchan como quien abre el agua del grifo o enciende la luz de la casa. La TDT te permite escuchar diversas cadenas de radio en las que la música suena sin parar y cualquier bar o cafetería cuenta con un potente equipo en el que se pueden escuchar los últimos éxitos del momento. De alguna forma lo que conocemos como CD está siendo un tanto devaluado y denostado por las nuevas tecnologías a través de las cuales los productos musicales pueden ser intercambiados o adquiridos con relativa facilidad.

Por supuesto esto no era así en los tiempos de mi infancia en los que la música era un bien preciado y casi divino. En aquellos tiempos tuve la suerte de que mi padre introdujera la música en aquel pequeño y humilde hogar de la calle Granadilla para dar algo de alegría aquella sombría casa.

Recuerdo con especial emoción aquel primer tocadiscos de color rojo, pequeño, portátil y hecho a base de plástico y que por encanto hacía girar los discos de vinilo y en su contacto con la aguja yo encontraba algo mágico y milagroso. Contemplaba embelesado aquellos discos negros girar y girar mientras la música sonaba casi como por encanto.

Y recuerdo aquel primer disco que entró en casa. Era la versión española del musical de Jesucristo Superstar en la que Camilo Sexto derrochaba un descomunal torrente de voz que hacían erizar mi escaso vello. Aquellos ritmos rockeros de Andrew Lloyd Webber y aquellas voces de Camilo Sexto y de un judas interpretado por el actual presidente de la SGAE; Teddy Bautista, marcarían gran parte de mi infancia.

Aquel pequeño tocadiscos rojo se estropeó de tanto usarlo y dio paso a un mismo modelo, pero en este caso de color naranja. Y también vinieron a casa nuevos discos y nuevas músicas. Y así llegó Serrat y Machado con su Cantares y su Saeta, en un single que yo aborrecí inicialmente. Pero Serrat es de los que entra difícil, sobretodo en un niño de ocho años, pero que cuando entra nunca sale, y acabó entrando con el disco “En transito” que mi padre le regaló sibilinamente a mi madre en el día de su cumpleaños y que todavía guardo en mi armario como una reliquia.

Desde entonces la música ha formado parte de mi vida de una manera esencial. Gracias a ella los paisajes recorridos han adquirido una mayor belleza. Gracias a ella el amor parecía más intenso todavía. Gracias a ella los fracasos eran más dulces y dolorosos. Las tardes de estudio más amenas, y las noches de soledad más llenas. Y gracias a ella uno puede acercarse a otros mundos y a otras culturas. Si escuchas un tango de Gardel podrás viajar con la imaginación a Buenos Aires, si escuchas a Elvis podrás llegar hasta Memphis y si escuchas a Mozart quizás puedas situarte en una Viena imperial vestida de nieve. El poder de la música es tal que es capaz de hacerte mover los pies, de danzar, bailar, dar saltos y al rato llorar o simplemente emocionarte.

Y con el tiempo quise experimentar la sensación de dar un paso más y no limitarme a escuchar la música, si no a tratar de interpretarla a través de un instrumento. Elegí la guitarra y aunque tarde he podido gozar del placer de rasgar unas cuerdas y producir la música que uno lleva dentro.

Quizá por todo ello un puede llegar a considerar que la música es casi como un sexto sentido del cual no se puede prescindir y sin el cual nuestra vida sería más oscura, negra y gris. Así pues, que siga sonando la orquesta, aunque no sea en vinilo.