La lectura de Anna Karenina de Lev Tolstoi marcó a este
como uno de mis autores de referencia. Quizá por ello los Reyes Magos pensaron
que sería oportuno y conveniente dejar en mis manos el relato “La muerte de
Ivan Ilich”, del propio autor ruso y la elección fue un acierto.
Debido a que lo importante de la historia no es un
desenlace inesperado final, no destrozaré su posible lectura si desvelo que el
mismo versa sobre la muerte por cáncer de un juez que en sus momentos finales
toma conciencia de que su vida no ha sido lo que debería ser. Salvando las
distancias entre Tolstoi y yo, la esencia de la historia tiene ciertas
similitudes con mis dos novelas y más especialmente con “A la sombra del
atardecer”, donde a través del protagonista principal hago balance de su vida
hasta el final de la misma.
Acabo de terminar de leer el relato de Tolstoi y la
primera reflexión que viene a mi mente es que pocas cosas deben ser tan
demoledoras en la vida, como ver llegar el final de la misma, repasar lo que dejas
atrás, lo que has vivido y comprobar que no has sacado nada en conclusión, que
nada ha sido como debería, y que todo ha estado mal enfocado. Difícilmente puede haber un final más
siniestro en el que a la dureza de una muerte esperada se une el fracaso de una
vida inútilmente desperdiciada. Quizá en este caso hasta la muerte puede ser un
alivio.
Los nuevos tiempos nos llevan a vidas express, sin pausa,
y en la mayoría de los casos marcadas por un destino y unas circunstancias en
el que difícilmente podemos intervenir.
¿Qué porcentaje de nuestra vida es elegida y qué porcentaje es impuesta
por las circunstancias? ¿Llevamos la vida que queremos? ¿Nos hemos parado a
pensarlo alguna vez? Aunque no tengamos la vida soñada a la que aspirábamos y a
la que muy pocos afortunados pueden alcanzar en este mundo convulso y difícil,
conviene hacer balance de vez en cuando, para que cuando nos venga a visitar la
parca no nos pille desprevenidos y tengamos una sorpresa desagradable.
No obstante toda esta reflexión va íntimamente ligada con
el nivel de exigencia que cada uno tenga de la vida y quizá a la hora de tratar
de buscar la vida ideal nos sea útil aquella frase que dice que “no es más
feliz aquel que más tiene, si no quien menos necesita”.