Foto: Isa y José Vicente
Dedicado a Chuchi Caridad y a los
organizadores y
participantes de la media maratón de Ciudad Rodrigo
El
inevitable paso del tiempo había causado estragos en su fisonomía. Sus
poderosas y ligeras piernas se habían encorvado y su estómago enmagrecido,
haciendo más pesado e insoportable para sus rodillas y caderas llevar un exceso
de peso; una carga añadida a la que ya se había acostumbrado. Sin embargo de
acordaba con nostalgia de su ligereza juvenil, de la frescura de sus carreras
por la banda, del olor a hierba, del calor del público de las gradas, de la
carne de gallina tras la consecución de un tanto en el último minuto, de las
risas con los compañeros, de la hombría en la disputa de un balón y del orgullo
de ser una referencia entre sus colegas del equipo, con los que luego
compartiría correrías nocturnas, rememorando la película del partido.
Todo
aquello recordaba Andrés antes de que dieran la salida. Una nueva aventura a
sus cincuenta años. Un nuevo reto a estas alturas de su vida. Ahora que parecía
que las emociones fuertes habían pasado, que eran recuerdos de un tiempo ya
lejano, que su corazón latía reposadamente.
Sin
embargo ahora su corazón palpitaba casi tanto como cuando estaba en el túnel de
vestuarios a punto de salir al campo y la gradería coreaba su nombre. Estaba
exaltado y ansioso. A pesar del tiempo y la madurez acumulada, volvía a sentir
un gusanillo en el estómago. Y eso que ahora no había un rival con el que
competir, salvo el mismo, no había unos colores que defender, no había un
marcador, ni una portería. El competía consigo mismo y no con los mil
compañeros que como el iban a iniciar su particular reto.
Había
entrenado, pero no sabía si sería capaz de llegar a la meta, de recorrer esos
algo más de 21 kilómetros que tenía por delante. Los primeros 5 Km. tuvo que contener la
emoción del ambiente y no dejarse llevar por que otros compañeros fueran más
rápido que el, no fuera a ser que luego lo pagara y no pudiera culminar su
propósito.
Después,
poco a poco fue adquiriendo un trote regular y una respiración más uniforme
hasta que empezó a relajarse, e incluso a disfrutar de lo que estaba viviendo.
Su
respiración era constante, aunque un tanto jadeante y forzada. En el Km. 10
llegaron los primeros síntomas de cansancio y las dudas de si podría acabar.
“Tengo que beber, tengo que hidratarme”, pensaba para si mismo. Una rodilla se
quejaba después de una hora soportando el peso de su cuerpo al correr, pero se
había acostumbrado a esas molestias.
El
sudor empapaba su camiseta. El calor era intenso y los pezones sangraban por el
roce y el salitre del sudor. Poco a poco fue descolgándose del pelotón de
atletas hasta ocupar las últimas posiciones. En el Km. 17 ya era el último y el
sufrimiento crecía. Las dudas le volvían a invadir pero la gente le animaba a
seguir luchando contra si mismo, contra el paso del tiempo, contra su cuerpo
envejecido, contra sus piernas cansadas. Una última cuesta en el recorrido
acabó por cercenar las últimas reservas, pero el objetivo estaba cerca, tan
sólo era cuestión de dejarse llevar. Ya casi se veía la meta al fondo de una
recta interminable. Una recta en la que tuvo tiempo de ser consciente del
esfuerzo, de recrearse en lo conseguido. Dolorido y agotado se volvió a acordar
de cuando era un joven y pateaba un balón en los campos de fútbol abarrotados y
de cuando era el rey y la referencia de toda una afición. Pero aquellas
vivencias, aquellos felices recuerdos le parecían ahora un tanto pueriles, si
se tenía en cuenta que por aquel entonces era joven y tenía salud. Lo que
estaba a punto de conseguir era realmente más meritorio. Ahora no era el líder,
ni siquiera un referente, salvo para la ambulancia que cerraba la carrera y el
guardia civil que le acompañaba y que estaba deseoso de que acabara. No había
rivales vencidos, no había ganadores, ni siquiera había conseguido una marca
digna de ser comentada en los corrillos posteriores. A pesar de ello, afrontó
el arco de meta cerrando los ojos para que no se le escapara una lágrima,
dejándose llevar y disfrutando más que nunca de lo había hecho, de lo que había
conseguido; superarse a si mismo. Mientras
su hijo y su mujer lo esperaban al otro
lado de la línea de meta, más orgullosos de el que nunca, su corazón latía
agradecido.