En mitad de este falso invierno, disfrazado de primavera, el despejado cielo se ve nublado por una crisis que nos acongoja y nos hace temblar.
La incertidumbre lleva al miedo y el miedo a la paralización. Decía hace poco el director Rodrígo Cortés que lo que hay que hacer no es ponerse a llorar, si no tratar de asumir la
responsabilidad personal de cada uno para salir de esta situación.
A la crisis financiera mundial, se une la crisis de modelo económico española y la que supone el proceso de adaptación una nueva revolución; la de Internet, a la que tendremos que acomodarnos todos si queremos sobrevivir en el nuevo mundo que se nos avecina.
Ante este incierto panorama uno no sabe si disfrutar todo lo que se pueda por lo que pueda pasar, o guardar como una hormiguita adoptando una postura más precavida ante el riesgo de un futuro aún más negro y difícil.
En medio de esta duda y de las preocupaciones económicas que nos acucian, decidí aparcar los problemas del trabajo y romper la rutina diaria para darme el lujo de ver La Bohéme; mi ópera favorita. Era la tercera vez que la veía, y quizá no era el mejor momento para tal capricho, pero opté por darme la satisfacción.
En aquel pequeño pero coqueto teatro de Zamora, durante aquellas tres horas de espectáculo, el tiempo pareció pararse y el mundo pareció ser diferente. La música de Puccini, las voces de los artistas, y el virtuosismo de los músicos crearon una nube dulce a la que me subí para viajar con ella. Afuera quedaba la crisis, el pensar si vamos a tener o no vamos a tener, si vamos a poder mantener a la familia, si un ERE pasará por encima de nosotros o si sabremos adaptarnos a este mundo competitivo y vertiginoso.
Durante el tiempo que duró la ópera pensé que pasara lo que pasara en un futuro, al menos me llevaría el regusto de sentir la carne de gallina cuando Rodolfo y Mini se conocen y declaran su amor.
Para los que no conozcan la obra de La Bohéme, trata de una triste historia de amor y los protagonistas son unos artistas de París que viven en la miseria. Una miseria mucho peor que la crisis que nos castiga hoy en día. En aquel ambiente decadente, el poeta Rodolfo se presenta a su enamorada Mimi declarando sinceramente que no posee nada, que es pobre en valores materiales, pero aclara algo muy importante que puede con toda contingencia adversa y en un canto desgarrador grita que su “alma es millonaria”. Ante tal declaración olvidémonos de la prima de riesgo y del futuro de Internet y de la economía. Pase lo que pase, La Bohéme y Puccini seguirán siendo eternos y me seguirán poniendo el vello de punta por encima de todo.
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