La vida te la dan, pero no te la regalan

sábado, 2 de febrero de 2013

UN SOPLO DE AIRE FRESCO

Volver a ver a Ismael Serrano en un concierto ha supuesto un soplo de aire fresco, una ráfaga de viento ensoñador que viene a refrescar una mente atrofiada por la ausencia de valores de los tiempos en los que vivimos, por la escasez de ética de la sociedad, por la vulgaridad de la rutina y por el agotador azote de una crisis que nos harta y desmotiva.

Ismael pertenece a esa estirpe en peligro de extinción que todavía cree en las utopías y que alimenta la esperanza de que el mundo puede ser mejor de lo que es y después de tres horas de melosas melodías sales casi entregado y convencido del mensaje que brota de su garganta.

“Alguno dijo en las redes sociales que te compras un disco de Isamel Serrano, lo metes en el bolsillo y se te duerme la pierna” bromeaba el propio artista, demostrando que no solo es un chico serio lanzando misivas de cambio e ilusión. Y aunque la ironía malintencionada se hace eco del tono sereno que mantiene en el escenario, es quizá este sosiego el que uno agradece. El que vaya en busca de sonidos que impulsen sus caderas apenas encontrará alicientes, pero si quedará enormemente satisfecho aquel que busca la complicidad y la cercanía de una voz intimista y cálida, casi desnuda por la ausencia de una orquestación más recargada, que suena cercana y acogedora como el último abrazo de una noche de frío invierno. Y es que a veces uno agradece que se calle el ruido de fondo que nos acompaña en la cotidianeidad, para que alguien nos meza y nos hipnotice acomodados entre baladas de algodón, entre conversaciones y diálogos comprometidos, entre el buen hacer de un piano que arropa la voz de autor y de una guitarra que casi nunca le abandona y que añade más leña a la lumbre que da calor al encuentro.

Para los que albergamos un alma que se deja llevar fácilmente por las ilusiones, Ismael representa un ejemplo de lo que quisimos haber sido y no fuimos y una especie de envidia y de frustración nos invade al comprobar que otros han sido capaces de ponerse en pie y decir “señores este soy yo y vengo a cantarles lo que yo llevo dentro”, con la suerte añadida de que a los que acudimos a escuchar su canto, nos gusta y se lo agradecemos. ¿Qué más se puede pedir en esta vida? No pudiste tener mejor camino, amigo Ismael.


SI SE CALLASE EL RUIDO