La vida te la dan, pero no te la regalan

miércoles, 4 de marzo de 2009

A LAS ALAMEDAS




Hace tiempo uno acostumbraba a escribir de vez en cuando algo que se publicaba en los periódicos locales. En el extinto semanario "Águeda" publiqué un artículo sobre las Alamedas de mi ciudad. Como Rebeca Jerez me pidió que le escribiera algo sobre algún lugar de Ciudad Rodrigo para la web www.redciudadrodrigo.com, decidí sacar del baúl de los recuerdos aquel texto decidado a las Alamedas. Cuando lo escribí yo debía de tener 26 años, han pasado ya unos cuantos desde entonces y quizá ahora mismo no lo escribiría igual, pero ya que ha vuelto a salir a la luz....El artículo dice....

A LAS ALAMEDAS

Mucho se ha escrito y hablado de nuestras alamedas: La Moretona, la Alameda de las barcas. Estos parajes que escoltan el río Águeda a su paso por Ciudad Rodrigo guardan una riqueza natural y estética de indudable belleza. Pero todo ello es sabido sobradamente y no escapa a todo el que haya tenido el privilegio de visitar como se debe esta vetusta ciudad.

Quizá también se sepa, aunque se comente menos, que nuestras alamedas no sólo albergan un especial atractivo visual para los ojos deseosos del verde primaveral y del amarillo otoñal. En sus entrañas, el ambiente húmedo de la ribera te envuelve en una nube dulcificante que apacigua el alma y templa el corazón.

Es el lugar adecuado para encontrar el antídoto contra el stress urbano y el ruido machacón de las grandes metrópolis.

Pero, sin duda, es cuando el sol brilla orgulloso de su cometido, y los rayos perforan la maraña de hojas y ramas, cuando las alamedas fluyen su poderoso efecto magnético de encantos y hechizos y se transforman en una cuna natural del amor. En su seno se va guardando el calor del verano para ofrecérnoslo en las dosis adecuadas, durante esas noches de cielo claro en el que las estrellas nos embrujan con tan sólo mirarlas.

Ante el espectáculo ofrecido por la combinación de agua, la noche y el abrigo de unos álamos poderosos que resisten las embestidas de la madre naturaleza, tan sólo queda dejarse llevar por los instintos más primitivos exaltados por el aroma de una mujer. Luego, simplemente tendremos que colocar nuestra mano en el pecho y observar cómo nuestro corazón agradece la dosis de vida recibida, latiendo con más fuerza que nunca.

Llegado el invierno, las alamedas cambian su traje de noche para ofrecernos otra imagen distinta. Cuando el frío se posa sobre las copas de los árboles, estos cobijos naturales se tornan melancólicos y taciturnos, y se convierten en el escenario ideal para los deseosos de meditación y para las parejas de enamorados que, incitados por el romanticismo de la ocasión, cruzan sus dedos por primera vez, sin ningún tipo de pudor, mientras pasean sobre una alfombra de hojas que cubre todo el suelo.

Hay que dar gracias a que el suculento manjar ofrecido por la Alamedas es saboreado tan sólo por unos pocos que encuentran en ellas el rincón donde darle un pellizco a la vida y poder sorber su sabor. De lo contrario sería un plato frío y vulgar que perdería todo su encanto. Y es que todavía muchos esperan a que “el aire sea de pago para gozar el placer de respirar”

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