Ya se la veía venir. Estaba a punto de llegar cuando una cigüeña
blanca y negra cortaba el viento soportando en su pico una rama, para construir
su nido sobre un viejo ciprés que ya la echaba de menos en su copa. Estaba a
punto de llegar cuando una hilera de cerezos sonrosaban una mañana en la que el
sol se sentía cómodo y orgulloso, en la que un cielo iba del azul al gris a
medida que se juntaba con la lejanía del horizonte. Estaba a punto de llegar
cuando la tierra parecía efervescer, bullir, vestirse de colores, verdear. Estaba
a punto de llegar aquella mañana, cuando al abrir la ventana para ver como
llegaba, un jilguero jovial y juguetón cantaba una melodía improvisada como si
un músico de jazz hubiera cambiado la oscuridad de un viejo tugurio por la
claridad del día abierto y fresco.
Ya se la veía venir. Era una mañana cualquiera, era en un
pueblo cualquiera, cuando estaba a punto de llegar la primavera.
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