
Ahora por tanto, la ciudad de la luz, representa una mirada perdida y profunda en el horizonte del río Tajo. La mirada de esta chica portuguesa sentada en el tren de cercanías que comunica Cascais con Lisboa, bordeando el principio del océano y el final del río, lo dice todo.

Descubiertos los misterios y encantos de Lisboa hace ya bastante tiempo, ahora solo queda sentarse al borde del río y quedarse mirando durante un rato respirando el olor a fado, mezcla de mar, historia, nostalgia y unas calles adornadas por fachadas multicolores, vestidas de azulejos policromados y balcones decorados de ropa tendida.



Entre paseo y paseo por sus calles y plazas, conviene hacer una parada en el bar Suiça, situada en plena Plaza del Rossio e intentar comerte unas natas; dulce supuestamente buenísimo que no conseguí tomar, porque siempre que lo intenté se habían acabado. Para compensar te puedes comer cualquier otro dulce, que también están buenísimos.



Para cenar un buen sitio es a Trinidade, allí nos juntamos los cuatro excursionistas, Felipe (Popita), su chica Helena (Con H, en recuerdo a la magnífica canción de Serrat en catalán), el Atlatanta y este menda, y algunos se metieron un bacalhao con natas con el que te ibas muy a gusto a la cama.

Quizá en esta ocasión faltó el aderezo de los ojos de una mujer, a través de los que mirar al río y hacer que el unguento y el encanto de Lisboa quede completamente condimentado y produzca sus mayores efectos. Será en otra visita, o no.
Hay más fotos, pero por hoy ya vale. Disculpar la calidad de las imágenes, pero están hechas con el movil.