La vida te la dan, pero no te la regalan

lunes, 13 de abril de 2009

ZAMORA


Zamora está en medio de la Ruta de la Plata, en medio del camino que comunica el Cantábrico con el sur atlántico. Ahí está discreta, sobria, austera, seca de futuro, pero mojada de pasado, historia, tradición y de un Duero que la abraza y acaricia en su viaje hasta Oporto.

En Semana Santa Zamora se multiplica de tal manera que es capaz de ofrecernos dos caras bien distintas. Por un lado, la ciudad apaga sus luces, se envuelve en la oscuridad de la noche y se oculta en el más riguroso y estricto recogimiento espiritual, bajo un silencio sepulcral, tan sólo alterado por el repiqueteo de una campana perdida en la profundidad de las calles angostas.



Por otro lado, la ciudad se muestra orgullosa de ser como es y decide celebrarlo en las calles y en los bares alumbrada por la calidad de sus gentes, siempre receptivas y acogedoras, para demostrarnos que en el letargo de la ciudad bulle un corazón vivo y fuerte.

Pero sin duda, las ciudades palpitan al ritmo de sus gentes, y las piedras zamoranas serían frías como el invierno que las castiga, si no fuera por el calor que le conceden los que han nacido allí, los que la han mamado desde pequeños y los que se sienten orgullosos de ser zamoranos.

Hace tiempo que acudo a esas tierras animado por el sentimiento de la amistad. Allí siempre he recibido buen trato, cariño y en momentos difíciles consuelo, consejo y compresión. Sirva estas líneas de agradecimiento a la ciudad y a los buenos amigos que allí tengo.

Dedicado a Carlos, Olga y Pilar.


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