La primera vez que acudí a esta tierra me dejó un tanto frío. Esta claro que uno es hombre de marcado carácter latino, y quizá por eso choco con la cultura anglosajona. Prefiero las ciudades más próximas a mi cultura, ya sean Lisboa, París, Florencia, Roma e incluso las más alejadas y distantes Praga y Viena, que aunque frías igualmente, me ofrecen estímulos interesantes por otros motivos.
A pesar de ello la nueva visita a Londres, más larga que la anterior, ha servido para tomarle un poco mejor el pulso a esta bulliciosa ciudad.
Es incuestionable que tiene atractivos importantes. El grandioso Parlamento, el señorío del Big Ben, la elegancia de la plaza de Trafalgar, con la Galería Nacional de fondo, el sórdido Soho, el Coven Garden, la imponencia del Támesis, el encanto de las calles de Noting Hill, con su mercado de los sábados, o el ajetreo de las calles comerciales de Oxford Street. En esta ocasión he tenido oportunidad de callejear más y de encontrar rincones ocultos con casas encantadoras de fachadas que parecen pasteles decorados.
Pero sin duda, Londres es una ciudad de mezclas y contrastes. Allí se puede oír hindú, español, ruso, francés, alemán, e incluso inglés. El ambiente sobrio de Backingan Palas y la tranquilidad de los inmensos parques como Sant James o Hady Park choca con la parte más salvaje del Soho.
Quizá pueda entender la frialdad del carácter británico. El sol brilla por su ausencia y la luna adquiere un excesivo protagonismo que hace que se viva más de noche que de día. Si a ello le añades que las escasas horas de día, se ven apagadas por un casi permanente cielo encapotado y gris, el panorama pude resultar un tanto deprimente.
Por otra parte, el viejo y errado mito de la belleza inglesa ha caído derrotado definitivamente. La mezcla de culturas parece que genera una raza de indudable atractivo. Muy alejada de la imagen de mujer gruesa harta de comer chocolate, allí te encuentras con autenticas modelos de cabellos dorados, ojos claros, cuerpos esbeltos y porte elegante. Pasear por Oxford Street puede provocarte serios problemas en el cuello, para lo cual se sugiere en el hombre un intenso entrenamiento previo que refuerce esta parte del cuerpo, tal y como ocurre con los pilotos de fórmula 1. Disculpen las damas este comentario pero ya saben lo que dice la canción “prefiero el lunar de tu cara a la pinacoteca nacional”
Si las mujeres resultan muy atractivas, todo lo contrario se puede decir de la comida que te ofrecen. No tuve oportunidad de conocer ningún plato típico. Al final siempre acababas comiendo comida italiana y las dos veces que probamos en restaurantes que ofrecían comida española, la experiencia no resultó muy gratificante. Donde esté un buen bacalao a la bras, o un arroz de mariscos portugués, que se quite todo. ¡Cuanto echarían de menos sus guisos los amigos portugueses que nos acompañaban en esta expedición!
Por diversas circunstancias de la vida tuve oportunidad de visitar la embajada española. Toda una experiencia. E incluso tuve el gusto de que me ofrecieran un vino blanco dentro de una casa particular de una amiga que trabajaba en la embajada y que conocí en estas fechas, con lo que me pude hacer una idea de cómo puede resultar vivir en Londres.
Para mi espíritu taciturno y melancólico, quizá la capital del Támesis me quede un poco grande. Uno tiende a espacios cada vez más relajados y abiertos, con un fondo de mar o de montaña detrás. El bullicio de una ciudad tan vital por un lado, pero tan gris por otro, me llega a agotar. Será la crisis de los 40. Y eso que los cumplí en Londres con la buena compañía de mis amigas y compañeras de trabajo Beatriz y Pilar, a las cuales les dedico este modesto texto, por haber hecho más agradable estos diez días tan intensos de trabajo y turismo. Si duda una experiencia que no se olvidará.



No era momento de comerse el típico cocido maragato, aunque no fuera por hambre. Llegamos a la hora de comer pero echamos mano del hornazo que llevó el compañero Carlos y damos cuenta de el en un parque de la ciudad con la vista del palacio de Gaudí al frente.
Después de reponer fuerzas nos disponemos a afrontar la parte más complicada del recorrido. Hasta Rabanal del Camino el perfil del trayecto cambia hacia una permanente subida con la que vas minando fuerzas. Pasado Rabanal del camino, comenzamos la subida a la Cruz de Ferro, siguiendo el camino que se hace a pie, a pesar de que este recorrido no se puede hacer en bicicleta. Subida dura y difícil. Camino estrecho y empedrado que te obliga a ir con el máximo desarrollo y a dominar la bici en situaciones muy exigentes desde el punto de vista técnico. Al final coronamos y en la cima nos hacemos la foto típica. Si pensábamos que habíamos hecho algo meritorio por lo realizado hasta el momento, nuestra valoración se vería menguada al ver como un disminuido físico subía hasta la cima de la Cruz de Ferro en silla de ruedas. Le ayudamos a subir hasta la Cruz y nos hacemos la foto pertinente con este auténtico peregrino.




Decidimos seguir ruta, ya que queda una subida dura hasta Palas de Rei y queremos hacerla antes de comer, para dejar lo más suave para después del almuerzo. Con mucho calor llegamos hasta Palas de Rey, para reponer fuerzas, después de la dura y exigente subida. Trás comer, todavía queda un poco de subida pero luego ya es dejarse caer hasta Melide. Después de haber pasado un mal rato físicamente, acabo entero la etapa. Pero antes de llegar a Melide en el pueblo de Furelos nos encontramos con la sorpresa de que José y su familia, un amigo del grupo que pasaba las vacaciones en Sanjenjo y que nos están esperando con una botellas de vino para celebrar el final de etapa. Damos cumplida cuenta del fresco líquido que entra como bálsamo purificador.
Llegamos al monte de Gozo, nos hacemos las fotos y ya solo queda dejarse caer hasta la Plaza del Obradoiro de Santiago.







No vayáis al Nicola, la guindilla (aguardiente de guinda) tipica de la ciudad, os va a quemar más por lo que vale, que por la graduación que tiene. El Nicola es un bar histórico, pero que te cobran cada año de historia acumulada.
En esta foto los miembros de la expedición, posamos sobre el fondo de las vistas de uno de los miradores que hay subiendo a Alfama. 
Otro de los placeres de Lisboa es acudir a esta terraza desde donde puedes sentarte en uno de sus sofás, mientras te tomas una cerveza y contemplas el atardecer, escondiéndose tras la silueta de la ciudad.








